23 abr 2007

EPHIKA



CANTO I

Del cóndor que vuela, en la constelación austral,
que cobijo, en sus alas
mi frágil humanidad, y corono con sus plumas
al hombre mundano, al Dios divino
y dejo su trono, en las altas cumbres de su nido...
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La niebla
cubre, los pechos de roca,
que protegen,
el silencio ancestral, de la ciudad sumergida,
en la selva,
de los misterios, perdida.
En los brazos del ídolo de barro,
greda y arcilla,
naciendo en las manos, del artesano
creciendo en los mitos,
que viajan, de boca en boca.
Murmullo del roció, sobre la selva;
Un canto de mujer,
sonrisas de niños corriendo,
en las calles de piedra.

¿Qué es el hombre?
En las calles, de la ciudad vieja,
en el mercado,
entre alpacas, frutas, verduras, Chuño,
camote, charqui y quinua,
fundidas en la piedra y el barro,
olvidando su pasado,
cortando sus raíces.
Cambiando lentamente,
el manto y el instrumento,
por los símbolos metálicos.
De letargo, somnolencia y acomodo,
que levantaron la ciudad nueva;
Donde lo indestructible, lo eterno,
ya no es la vida.

Aletargada y sometida,
enmudecida
fue quedando, la palabra, el sentimiento
y lejanos sueños,
de mejores días.

Extraviados, en medio de una vida,
todos enmudecieron.
Partieron de este tiempo, en busca del Dios perdido.
Dejando el secreto de sus sueños,
en la copa de barro,
en la piedra fría, entre la hierba,
que con su cuerpo, de tiempo pasado,
los cubría el manto del olvido.

La paz de la selva interior,
fue rota por la bota del invasor.
En la escala de sumisión, violentaron la armonía
de la ciudad prohibida;
Rompiendo la promesa, del Dios terrestre.

Con sus espadas de rayos, ensangrentaron
la sublime relación,
de la tierra y el alma.
En la aurora del infierno, de la miseria humana.



Cuando la mano, que dio vida a la arcilla,
tomo la espada.
cuando los inocentes,
se volvieron ásperos y oscuros,
encerrados, en el negro agujero
de los misterios perdidos.

Fueron doblegados, bajo la espada,
de cruz, del Dios de amor,
que hace la guerra.
Sus creencias exiliadas, en los nidos de los cóndores.
En la frontera,
entre el cielo y la cordillera.

Reencarnando Dios, en la sublime geografía,
del alma humana.
Sus sueños, su mitología, su ciencia y sus creencias,
condenada a la piedra, una vida de silencio,
a la espera de otra vida.

La espada, contra la piedra
el Dios lejano, allá en los cielos,
sometiendo
al Dios, de la tierra, en un tiempo.
Por un momento de espacio,
que parece eterno.

Desde el centro del mundo, se propaga
a los cuatro suyos,
la rebelión del indígena.
De la dignidad, del indio, que no es indio
es americano.
Es: Azteca, Maya, Inca, Guaraní y Araucano,
es el hombre libre,
inmortalizado en el barro.
En la cuna de piedra, perdida en la cordillera.



CANTO II

Hubo un tiempo, en que la selva, tenia vida
no era concreto, no era acero
había ríos, que como venas de un ser vivo,
alimentaban la esencia de tu vida.
En la cordillera de cóndores
nació él vinculo eterno...
---

Donde el hombre puso su nido, entre la roca
y la selva perdida,
en la cuna, de la Serpiente y del Inca,
entre los lazos
de nubes y montañas, él vinculó supremo.
Madre tierra
Sol Padre
y el alma Humana.

Desde la profundidad, del bosque eterno
con sus tesoros y misterios,
en las altas montañas, que como pechos
de madre, se yerguen a los cielos,
hasta llegar, con el soplo de su aliento, a la pampa mística,
de vida universal,
dejo su huella marcada, el americano,
vivo y ancestral.

Mar de gente da vida a la ciudad de piedra,
sus ojos rasgados,
¿Herencia del cielo o de oriente?
Hermanos, hombres y mujeres
sonrisas inocentes
de nueva savia, que nace en la selva
en el horizonte de sus miradas.

Caminando a paso calmo, seguros de sus vidas
sin los vicios de occidente,
labrando en la ladera, de la montaña,
la promesa
del futuro recordado,
aquí donde el hombre blanco, aun no ha puesto
su mano.

No es Francia, no es Italia, ni siquiera la nueva
España.
Es Cuzco, es Quito, es Tiahuanaco, el desierto de Atacama
el imperio de los suyos
que es nuestro, que es de todos,
recuerdo vivo
de nuestra historia, de nuestro pasado.

La roca viva, nos trae desde lo profundo de su alma,
el legado de nuestra sangre,
que aun no ha sido exterminada.
Esta allí, en el obrero de la greda, en el artesano de la pesca
en el labrador de la mina.

Antes de la llegada, del hijo del Dios
del cielo.
El Dios de la tierra enseño, a sus hijos
a crear joyas en la greda.
el metal fue extensión perpetua
de su alma
y el cielo revelo, sus secretos, desde las estrellas

Desde la selva colombiana, por la serranía peruana
por la cordillera y el Aconcagua
cruzo el hombre,
cultivando la tierra, en los llanos interiores,
desafiando el inhóspito desierto,
entre los muros de piedras.
Dejando su huella, como flores de amistad
en su breve tiempo aquí en la tierra.


El hombre, que llego de lo muy lejano,
trajo consigo destrucción;
Y dejo tu imagen, en las tinieblas del olvido.
Tomando en su mano el señorío
De Dios.

Trajo a tu tierra, aflicción y miseria,
persiguiendo a tus hijos
reprimiendo a tus nietos, en efímero momento
de pequeños reinos,
tutelados, al servicio de otros imperios.

Sabrán ellos, lo inútil del esfuerzo,
de imponer sus reinos,
con la espada.
Que solo derrama sangre,
americana.
Sus imperios, duran poco, son inestables,
pasajeros y olvidados.

Como el viento del pacifico, labra las aguas
que bañan tus costas
el espíritu indomable de tus hijos, van moldeando
esta tierra;
Como lo hicieron con la roca,
entre la selva y la cordillera.
En la cuna de la ciudad, prohibida, herencia de las alturas,
entre los cóndores y las nubes, forjaron su obra
su legado, su alma y la tierra.

Desde Colombia, hasta el sur del mundo
Madre de la tierra
Llora a tus hijos caídos; su sangre derramada
no es vida desperdiciada,
es el fértil cáliz de abundancia
que colma nuestra copa, de esperanza.

No podrá, la espada del invasor, ni la bota
del traidor,
doblegar, la nobleza del artesano, del campesino
del obrero y del pensador.
Saben sus almas,
que esta vida es prestada, que en un instante
la hemos de dejar y partir,
donde otros ya han partido, en su viaje sideral.
Por eso, no se apegan, a la vida,
la viven como la eternidad del árbol,
en los frutos, de sus vidas.

Sube conmigo amor de canela,
hasta las altas cumbres,
de la perfección humana, cultiva la piedra
dale vida a la greda,
construye ciudades de flores
como expresión sublime, de tu arte
de la belleza de tus sentimientos.
La pintura
algún día, se borrara.
La flor, de tu enseñanza, jamás se marchitara.

Tómanos las manos, Dios de la roca eterna,
junta nuestras voces,
en un solo canto, en un solo coro,
en un solo sueño;
Que con la sangre y la fuerza de sus corazones
vera el nacimiento, del pueblo y del alma,
en un tiempo nuevo,
de la expresión humana.




CANTO III

Cubierta por la niebla húmeda, como manto
de seda y lana,
duerme tranquila, la princesa araucana.
Despertara de su sueño,
que no es eterno
y como reina guerrera, saldrá a mi encuentro
al encuentro del hombre, del Dios
y de un nuevo tiempo...
---

Desde la profundidad de la cordillera.
Donde la mano del hombre
cultivo sus raíces, en la espesura de la niebla
y las nubes.
El cóndor y la nieve se funden, como sigilosos
guardianes,
del sepulcro que los dioses levantaron, entre las rocas
de las altas cumbres.

La vida oscura, al comienzo del tiempo,
fue rota,
en el resplandor del rayo, de la mente humana.
El trueno de Dios, rompió el silencio,
que no era eterno.
y fue expresión del obrero, del artesano, del soñador.
Que reflejo en sus manos,
el trabajo, el arte, el fruto mágico de sus
sueños.

El Dios del Sol, con su luz de oro
cubre la cordillera de plata,
ilumina el verde esmeralda, de tu selva
curtiendo la piel del hombre,
en los desiertos de cobre.
Como si fueran de una galaxia lejana.

La serpiente de agua, humedece las grietas
que el tiempo
y el sol, han dejado en tu piel.
Calma la sed, que seca tu garganta, toca tu boca
con un beso de agua,
como si fuera el beso, de la mujer amada.

Mujer de arcilla, alma guerrera,
en la piedra labrada.
Despierta a tus hijos, que adormecidos quedaron,
perdidos en el tiempo de sus sueños,
esculpidos en la dura roca.
Has que levanten su mirada, que orgullosos de su mundo
de su tierra, de su era,
bajen de las alturas, con un canto de esperanza.

Que su voz, riegue la siembra
en el campo austral, del universo americano;
Por la serranía, por la selva
entre el desierto y el mar,
su palabra, será la espada, que rompa el silencio
del tiempo actual.

Rosa de piedra, desde el fondo
de tu soledad,
tu alma surgirá, con la fuerza lastimera
de tu canto,
nos dirás como hacer hablar al sentimiento,
en el amanecer, del mundo nuevo,
del ancestral sueño.

En el universo, de los tiempos, ocurrirá el encuentro
entre el Padre y la Madre
un beso cálido, de amor sincero, en las costas
del imperio.
Los rayos de su luz, como extensión de manos
divinas,
se perderán, en la Amazonía, de tus cabellos,
Sol y Tierra,
se funden, en un solo cuerpo.
Senos de piedra, labios de fuego,
emociones del alma,
sentimientos del cuerpo.

Locura somera, que navega entre las estrellas,
dejando su huella
en lo profundo del alma,
Que busca salir, cantar y reír.
Figuras de greda, con alma de seda.
Nace el hombre nuevo,
que
no es peruano, no es boliviano, no es chileno
o ecuatoriano,
es el nuevo hombre Americano…